Nunca pensé en la distancia como algo positivo, ni para los problemas más graves, ni para quien los provoca; ni en la tecnología como un medio de socialización, tan frío y críptico que convierte a las personas en avatares de texto plano que traducen sus miradas en emoticonos cliché, tan poco humanos que al final hacen sentir que con quien hablo es con mi propio teléfono. Pero 1400 kilómetros después nos encontramos y fue natural, como julio después de junio, y la distancia y la tecnología hicieron posible que tú seas, que tú estés, como nacida de repente, y lo siento positivo, porque hacen grata cada palabra que te siento, porque como dulce metadona calman sin saciar la necesidad de tenerte, ovillo de nuevo, con la cabeza en mi pecho, de verte angulosa y niña, de escucharte sensible y brava, de debatir sin razón para evitar ir a dormir, de amar más de cerca.
Y no hay más verdad que un «te echo de menos».